Roco Armando Vargas nace en 1943 GMT en Mundípolis, la capital administrativa de Tierra. (G.M.T.: Greenwich Meridian Time, la hora oficial del meridiano de Greenwich, en Tierra, adoptada como sistema de datación oficial, de referencia en todo el Sistema Solar.)
Hijo único, su primera infancia, hasta los diez años, transcurre entre juegos solitarios y tebeos. El pequeño Roco vive en un hogar sin identidad, con un padre misterioso y ausente y una madre que no se ocupa mucho del niño. Del padre, de quien Roco desconoce hasta el nombre, se rumorea en los mentideros pseudocientíficos de la metrópoli que pertenece a una orden secreta llamada los Caballeros Estelares. Esta secta, no se sabe con qué intenciones que no sean lucrativas, ha dejado crecer el rumor de que posee el secreto del viaje a las estrellas. Fantasías de preguerra, un periodo dado a la especulación más ociosa. Fantasías que inflaman la imaginación del niño, y que constituyen su casi única educación sentimental. La madre de Roco, Alisia Mistral, dedicada a sacar partido de ese mundo insensato que se establece en la metrópoli en los años previos a la Gran Guerra Interplanetaria, el largo conflicto del 53, deja al niño durante grandes periodos de tiempo al cuidado de unos vecinos poco interesados en la infancia y sus necesidades.
Cuando Mercurio invade Tierra y arrasa Mundípolis en septiembre de 1953, Roco, creyendo, o inventando, que su madre ha muerto abandona su casa en escombros y deambula semanas enteras por la ciudad en llamas, perdido entre un apocalipsis que le produce más curiosidad que pavor.
Todas las tardes, para pasar la noche protegido, se recoge en el único edificio en pie que queda en el centro, el planetarium de Mundiatomium, el Centro Astrofísico.
Allí lo encuentra el afamado científico Pierre Covalsky la noche de la última ofensiva sobre la capital. En el momento que una explosión destruye definitivamente el complejo científico, Covalsky sale milagrosamente de allí con el niño en brazos, desvanecido por una herida en la cabeza. El científico se lleva a Roco con él a su recóndito refugio en las montañas, lejos de todo contacto con la guerra y la sociedad. (Este episodio y sucesivas aventuras se pueden encontrar narrados en el libro “La Estrella Lejana”.)
Así llega Roco a Camelot, la residencia de los Covalsky en Terrace Mountains. Tiene diez años y por primera vez en su corta vida el niño encuentra una familia. Y con ella se va quedar. El matrimonio formado por Ana y Pierre Covalsky, que en ese momento no tiene hijos, acoge con alegría a ese niño taciturno pero inteligente que la guerra les ha dado, y el cariño que le dan vence, en poco tiempo, la reserva del pequeño y aumenta su vivacidad. Son “Años dorados”, como recordará Roco mucho más tarde (en 1985. Ver “La Estrella Lejana”, p.7). Mientras la guerra se desarrolla en lo que desde las solitarias montañas parece otra dimensión, Pierre y Ana, ambos físicos e ingenieros, enseñan al niño todo lo que debe y quiere saber, pues Roco está ávido de todos los conocimientos que en su mala educación anterior le fueron vedados. Sin embargo el hecho más remarcable de su aprendizaje se produce cuando Pierre deja que por primera vez el muchachito, con apenas doce años, pilote solo uno de los prototipos que construye en los talleres de Camelot. Como recordará el adulto Roco, “Era como si el que volase fuese yo y el cohete rodease mi cuerpo, dócil y obediente”. “Roco es un navegante genial, sólo quien lleva el Espacio en su sangre puede hacer lo que hace él con una nave a su edad”, le diría Pierre a su mujer ante el asombro de ambos. Esa habilidad innata la demostraría sobradamente Roco muy pocos años más tarde.
En 1956 nace Jill Covalsky en Camelot. La familia ha aumentado mientras los mundos siguen en guerra; del final de ésta se enteran cuando desde el cielo les caen dos peculiares combatientes en una maltrecha nave. Son Chico Panamá y Saxxon, quienes hartos del conflicto se quedan en las montañas, aceptando la hospitalidad de los Covalsky.
Es 1958. Con la capitulación de Mercurio comienza la posguerra, un periodo de reconstrucción y optimismo en todo el SS. Ante los nuevos aires de renovación que soplan entre los mundos (en 1959 se crea OSP, Organización Solar de Planetas, germen de una proyectada federación solar) la pequeña gran familia de Camelot sale de su voluntario encierro en Terrace Mountains y muestra a diversos organismos públicos y privados del Sol, ávidos de novedades tecnológicas, los avances en ingeniería aeroespacial que en ese desconocido reducto de las montañas han conseguido los Covalsky.
Y los tres muchachos, Roco, Saxxon y Chico, que, de la mano de Pierre y Ana, se han convertido en consumados pilotos e ingenieros, se hacen famosos en todo el Sol ante las repetidas proezas que encadenan en muy poco tiempo. Los llaman los Chicos Siderales. En cinco años no hay rincón de los planetas y satélites en el que no hayan demostrado lo que valen y lo que, bajo la dirección de Covalsky, son capaces de hacer.
En 1963 (Roco tiene 20 años) se unen al Proyecto Prometheus para conseguir un motor iónico de propaxol, el inestable gas joviano de gran potencia. Allí, en el asteroide artificial que orbita Júpiter, construyen La Estrella, la primera nave con motor de propaxol. Pilotada por Roco, alcanza la velocidad de más de 4000 Km por segundo, inaugurando la Era del Espacio Rápido. El SS se ha hecho, en un día, “El día que La Estrella voló”, más pequeño. Una enorme ola de optimismo y de creencia en la supremacía de la ciencia se adueña de los mundos y les permite mirar hacia fuera del Sistema Solar, y soñar.
Pero ese mismo día se produce la tragedia del Prometheus, la vergonzosa evidencia de que la codicia de los gobiernos planetarios, la cara oculta de la generosidad cooperativa, siempre se opondrá al bien común. En esa aciaga jornada muere Ana Covalsky, Saxxon desaparece y Roco acabará culpándose de lo ocurrido y huyendo de Camelot con La Estrella Lejana, el prototipo secreto que Pierre Covalsky tenía allí oculto.
Roco Vargas, arrojado del paraíso, pasará los próximos diez años sumido en el caos, siempre a un paso de la autodestrucción y la negación de sí mismo. Embarcado en peligrosas y muchas veces ilícitas aventuras, alternando con lo peor de las especies del SS, poniendo su vida al límite, Roco recorrerá los bordes de todas las fronteras hasta perder su nombre.
En 1973, a los treinta años, harto de ese prolongado suicidio, se convierte en Armando Mistral y se retira a Montebahía, Tierra, donde inaugurará un club nocturno y pretenderá dedicar el resto de sus días a escribir pulps espaciales.
No será hasta 1982 que se reencuentre con Pierre y Jill Covalsky, Chico Panamá y Saxxon, teniendo que recordar su pasado (ver “Tritón”) y recuperar su nombre.